Enfrentar un diagnóstico de cáncer, produce un gran impacto emocional. Sitúa en un escenario donde se teme por la vida y se asume un tratamiento prolongado y desagradable. Se sale de una narrativa de metas, horarios, deberes y planificación, a otra en la que hay que adaptarse y para la que se está poco preparado.
Uno conoce bien los vericuetos de su profesión y de su día a día. Distingue un buen trabajo del que no lo es tanto, tiene un criterio formado. Pero todo esto cambia de la noche al día cuando toca someterse a un tratamiento. Aparecen dificultades para calibrar lo que vendrá, y si no se pertenece al sector de la salud, -y a veces aún así-, se puede tener una cierta dificultad en distinguir lo bueno de lo malo, lo agradable de lo necesario, y lo científico de lo mágico.
Lo básico es que el cáncer puede producirse por la suma de una serie de factores, algunos sobre los que tenemos algo de control y otros sobre los que no, por ejemplo, el género, la edad y la genética. Por lo que no se puede garantizar una vida sin cáncer. Así que, distorsionar la realidad con anuncios como “dietas anti-cáncer” o remedios “anti-cáncer”, es falsear interesadamente la realidad, y puede llevar a confusión.
Sí que hay diferentes pistas, proporcionadas por investigaciones, sobre lo que puede propiciar en sentido positivo o negativo el riesgo de la aparición de determinados tipos de cáncer, como resume la tabla de a continuación.
Luego existen mal llamados “remedios”, como por ejemplo el Suplemento Mineral Milagroso (dióxido de cloro, que se utiliza para potabilizar el agua), que apareció en 2007 como remedio para el cáncer (y otras enfermedades como el VIH y la diabetes) y que fue prohibido por su toxicidad por las diferentes agencias estatales del medicamento. Curiosamente, cíclicamente vuelve a aparecer, bajo un áurea de misterio, que según parece lo hace más atractivo, a pesar de tratarse de una quimera.
Una recomendación para distinguir lo autentico del cartón piedra, sería principalmente consultar a profesionales sanitarios del mundo de la oncología y, si es necesario, buscar segundas opiniones entre estos profesionales. También buscar fuentes de información en sociedades y entidades científicas, que se pronuncian cuando las cosas son seguras y comprobadas en la población. Y diferenciar terapias cuyo objetivo es proporcionar bienestar, de las que son tratamientos contra el cáncer. Por último, adoptar hábitos saludables que puede ayudar a disminuir el riesgo, aún asumiendo que no lo podemos eliminar del todo.
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